Hoy en día, cada vez es más común encontrar personas que presentan reacciones adversas ante el consumo de determinados alimentos o componentes de los mismos. Sin embargo, aunque cada día hay más información sobre este tipo de intolerancias alimentarias, muchas personas siguen preguntándose qué es la intolerancia a la lactosa, confundiéndola con una alergia a la leche.
Así, supermercados y establecimientos de hostelería llevan unos años incorporando productos sin lactosa en su carta, ya que año tras año se va avanzando en la detección de la intolerancia a la lactosa, asociando una sintomatología que antes pasaba desapercibida a esta patología.
Es por ello que profesionales como el Técnico Superior en Dietética deben tener en cuenta los síntomas de la intolerancia a la lactosa con el objetivo de detectarlos en sus pacientes y poder crear una serie de pautas alimentarias que excluyan la lactosa de su alimentación para optimizarla y ayudarles a sentirse mejor.
Entre las intolerancias y alergias más usuales dentro del campo alimenticio, se encuentra la celiaquía, la lactosa, el sorbitol y fructosa. En concreto, según un estudio de la Sociedad Española de Patología y la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia entre el 30% y el 50% de la población española padece intolerancia a la lactosa. En las regiones del mundo en las que más años se lleva consumiendo leche, como es el caso de los países del norte de Europa, la intolerancia es muy infrecuente a diferencia de áreas mundiales en las que el consumo de la lactosa apareció más tarde.
¿Qué es la lactosa?
Para comprender qué es la intolerancia a la lactosa, el primer paso es aclarar qué es la lactosa y cómo afecta al organismo. La lactosa es un disacárido (azúcar) presente en todas las leches de los mamíferos en mayor o menor medida y en otros alimentos preparados o medicinas.
Conocida como ‘azúcar de la leche’, para su correcta absorción es necesaria una enzima llamada lactasa que se produce en el intestino delgado. Si la persona tiene niveles bajos de lactasa o esta no realiza bien su labor, la lactosa pasa rápidamente al intestino grueso sin haberse descompuesto antes, empezando a fermentar y dando lugar a los síntomas propios de esta intolerancia.
Productos con lactosa
Como se ha mencionado anteriormente, la lactosa tiene una mayor presencia en la leche y sus derivados, como la mantequilla, el queso, el yogur, la nata o los helados, aunque también puede aparecer en otros productos procesados que emplean en su elaboración derivados de la leche. Entre ellos se encuentran:
- Purés de patatas artificiales que usan la lactosa como potenciador del sabor.
- Carnes y embutidos. Las carnes y embutidos procesados incluyen la lactosa en su composición para favorecer su conservación y suavizar otros sabores procedentes de fosfatos y otros compuestos amargos. Destacan las salchichas y hamburguesas, el salchichón, el chorizo o el jamón cocido o pavo.
- Panes envasados que incluyen lactosa para mantener su textura y humedad, como el pan de molde, el pan de hamburguesa o el de perritos calientes.
- Bollería que emplea leche o mantequilla en su composición.
- Condimentos y salsas como el colorante o la mayonesa.
- Snacks como patatas, gusanitos o frutos secos.
- Bebidas como el vino que emplean en su elaboración proteína de la leche como la caseína o la albúmina. También las cervezas negras incluyen la lactosa para endulzar su sabor.
Por este motivo, las personas con intolerancia a la lactosa deben poner especial atención leyendo el etiquetado de los productos que consumen diariamente, detectando la lactosa como lactosa, lactitol, cuajo, suero lácteo, suero en polvo, aunque también mediante otras denominaciones más comunes como leche, queso, nata o mantequilla En el caso de que aparezca en el etiquetado, deberán tener en cuenta que su cantidad sea igual o menor al 1%.
Principales síntomas de intolerancia a la lactosa
Los principales síntomas de intolerancia a la lactosa que pueden hacer sospechar a una persona que la padece son: hinchazón, dolor abdominal, borborigmos o popularmente conocido como ‘sonar las tripas’, estreñimiento, náusea y vómitos. Aunque también es cierto que hay quienes sufren síntomas más allá de los intestinales como, por ejemplo, dolores de cabeza, fatiga, dolor muscular, cansancio o nerviosismo.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que cada persona es única y no todos sufrirán la misma sintomatología, ya que esta varía en función del nivel de intolerancia a la lactosa, el tipo de lácteo ingerido y la cantidad. Tanto es así, que personas sanas, con bajos niveles de intolerancia, son capaces de consumir al menos 12 gramos de lactosa por comida (una taza de leche) sin experimentar ninguna molestia o solo síntomas leves.
La persona que sospeche que tiene intolerancia a la lactosa o una alergia de la leche lo primero que deberá hacer es pedir ayuda a un especialista como el titulado en Técnico Superior Dietética y Nutrición a distancia homologado o un nutricionista.
Este profesional investigará si no hay alguna enfermedad subyacente que pudiera provocar estos síntomas. Una vez descartada esa posibilidad, puede recomendar la realización de un test que mide la respuesta glucémica a una sobrecarga de lactosa. En muchas ocasiones, también se recurre a la eliminación de los alimentos que parecen provocar intolerancia y su nueva inclusión, de forma pautada, en la dieta para concretar cuál sienta mal.
Diferencia entre los síntomas de la intolerancia a la lactosa y la alergia a la leche
La mayor diferencia que existe entre las alergias a la leche y la intolerancia a la lactosa es que la primera es una forma específica de intolerancia a un alimento o sus componentes. Por su parte, las alergias van a activar el sistema inmunitario, provocando una serie de reacciones en cadena, entre ellas, la producción de anticuerpos que van a segregar sustancias químicas como la histamina, causando picor, moqueo, tos o trastornos respiratorios.
Aunque se pueden dar reacciones alérgicas a cualquier alimento o componente del mismo, algunas son más frecuentes que otras, por ejemplo, la alergia a la proteína de la leche de vaca. Por ello, una dieta de eliminación de la proteína, aplicar fórmulas de sustitución como otros tipos de leche y una base de hidrolizados pueden ayudar al alérgico a resolver el problema.
Síntomas de la intolerancia a la lactosa en niños
La leche contiene más de 40 proteínas y todas ellas pueden actuar como antígeno en la raza humana. La alergia a la proteína de la leche de vaca es muy común en niños de hasta cinco años y especialmente cuando existen antecedentes familiares. Los síntomas más comunes son aquellos relacionados con el sistema digestivo como la diarrea y el vómito, aunque esta sintomatología puede variar de una persona a otra y presentar reacciones típicas como la urticaria o la dermatitis atópica.
La mayoría de los niños tienden a conseguir una solución del problema de manera natural, es decir, se vuelven tolerantes cuando la reacción adversa no es mediada. Lo más corriente es que la mayoría de los niños resuelvan este problema cuando alcanzan los dos años de edad, y solamente en casos muy concretos puede extenderse hasta los cuatro años. Si llegada la edad de los cinco no se ha conseguido tolerancia a la leche de vaca, son muy pocos los que van a lograrla de manera espontánea.
Tipos de leche para intolerantes a la lactosa
En 2006 se lanzó la primera leche sin lactosa. A partir de entonces, son muchas las empresas alimentarias que ponen a disposición de los ciudadanos una oferta cada vez mayor de productos aptos que consiste en añadir lactasa al producto de forma artificial y descomponer la lactosa en monosacáridos (glucosa y galactosa) para que los intolerantes pueden absorber sin problemas.
Otra opción para los intolerantes a la lactosa es tomar suplementos de lactasa en pastilla, fácilmente localizables en las farmacias y parafarmacias. Aunque no supone problemas tomarlo de forma habitual, es cierto que es preferible para momentos concretos en los que no se pueda evitar comer alimentos con lactosa o no se está seguro de si el alimento en cuestión contiene este azúcar.
No obstante, si no se quiere recurrir a pastillas ni a leche sin lactosa, el mercado surte de múltiples opciones de origen natural:
- Leche de avena: de origen totalmente vegetal, tiene un alto contenido en fibra lo que la convierte en un producto recomendable para aquellos que quieren cuidar su colesterol o tengan problemas de estreñimiento y riesgo de enfermedad cardiovascular. Además, es una leche digestiva, rica en vitamina B, que ayuda frente al estrés y la ansiedad.
- Leche de almendras: apta para intolerantes al gluten y la lactosa. Es fácil de digerir y tiene la misma consistencia que la leche tradicional. Contiene alto contenido en vitamina E, además de ser un potente antioxidante y antienvejecimiento, ya que protege la pared intestinal y también es rica en vitamina D y A, calcio, omega 6, hierro, magnesio o potasio. Comparte beneficios con la leche de soja, pero con un contenido calórico menor. Sin embargo, no es la fuente de nutrición más adecuada para un bebé, así como no es recomendable para ellos ni para las personas con función tiroidea baja.
- Leche de alpiste: es muy rica en proteínas vegetales, diurética y ayuda a bajar la hipertensión. Además, es antioxidante y elimina la grasa del organismo, purificando los riñones y el hígado. Es preferible comprarla ya preparada asegurándose de que el proceso de fabricación es el adecuado y con materias primas óptimas.
En conclusión, hay que tener en cuenta que cada persona es un mundo y no se puede hablar de patrones alimentarios únicos, menos aún si se trata de intolerancia a la lactosa. Esto, unido a que lo natural no es sinónimo de inocuo, hace fundamental ponerse en manos de especialistas de la nutrición antes de incorporar algún tipo de alimento en nuestra dieta.